EL PERMUTADOR DE COSAS
Por: José Ismael Bonilla Norato
Durante algún tiempo estuve buscando un título para esta historia. Consideré varias opciones pero ninguna me convenció lo suficiente: “El Comerciante” me pareció inapropiado porque el comerciante compra y vende obteniendo una utilidad que remunera su trabajo. Es un profesional que aplica conocimientos y experiencias para diseñar las estrategias de su negocio, “El oportunista” se refiere más bien al que aprovecha la ocasión para ganar dinero sin buscar deliberadamente la oportunidad. Simplemente esta aparece y él está alerta para aprovecharla.
Como denominar entonces a la persona que busca ocasionalmente la oportunidad de adquirir un bien, agregarle algún valor, usufructuarlo durante algún tiempo y finalmente utilizarlo para aprovechar la próxima oportunidad para adquirir otra “cosa”, sin generar una utilidad neta que compense su esfuerzo? Por esto decidí denominarlo EL PERMUTADOR DE COSAS.
No se puede negar que comprar es un gusto, especialmente cuando lo que se compra sirve para satisfacer una necesidad imperiosa o para exaltar el ego de quien compra. Desde luego que hay muchas clases de compradores: coleccionistas, comerciantes, oportunistas o simplemente compradores compulsivos, estos comprarían cualquier cosa, cualquier cosa para poseerla o para regalarla, pero nunca para lucrarse de ella. Ninguno de estos serviría para describir al protagonista de esta historia, aun cuando pueda tener algo de cada uno de ellos.
A lo largo de mi existencia he visto muchas compras y muchos compradores pero éste era verdaderamente muy singular.
Lo conocí en mi niñez, podría decir: desde que uso lo que llamamos “la razón”.
Compraba fábricas que no producían nada, máquinas que no funcionaban, autos, camiones, camperos, fincas, motocicletas, bicicletas, libros, herramientas averiadas, ventanas que no mostraban nada, puertas que no abrían ni cerraban, escopetas que nunca dispararon nada y muchas, muchas cosas que tal vez nunca ejercieron el oficio que algún día les dio su razón de ser, o lo ejercieron mal o se cansaron de ejercerlo.
Lo curioso de este personaje es que cada cosa que compraba justificaba la siguiente compra, por eso no era de extrañar que comprara un sombrero sin ala para aprovechar un clavo sin cabeza adquirido para justificar un martillo sin mango alguna vez comprado. La compra de una cama justificaría la compra de una ventana o una puerta para hacerle un cuarto y finalmente, para conseguir alguien que en el viviera.
La construcción fue entonces su coto de compras predilecto. Compraba el terreno, compraba los materiales; compraba sanitarios, tejas estufas, en fin “cosas y cosas” de estilos, modelos, colores tamaños y formas tan diversas que integrar algo con ellas era tan dispendioso, tan complicado que se constituían en un enorme reto a la paciencia, al ingenio y al tiempo. Esa era otra de sus preferencias: asumir retos pero no cualquier reto: Retos que desafiaran las ley de la gravedad, la resistencia de los materiales, la credibilidad de sus capacidades y el dinero disponible.
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Debe ser ese mismo personaje que incursionó en los más disimiles oficios aprovechándose del escaso desarrollo de la tecnología y que, de practicar hoy tal osadía alcanzaría el mismo ritmo que Goyeneche en la Nacional en nuestros tiempos.
Siempre contó con quienes hoy se llamarían FANS que como Saavedra, Barrera, Castillo y Bonell, eran, más bien, personajes dispuestos a enrollar la cuerda, para fundar cinemas en la 11 de una habitación a otra con un patio entre las dos; o una emisora de sonidos para escuchar sin receptor.
Hola Luis Carlos, soy Laura Norato, nos conocimos en la despedida de Alberto Norato, mi abuelo. Investigando sobre las raíces familiares hallé su blog, y aprovecho la oportunidad para que nos sigamos manteniendo en contacto por medios electrónicos como habíamos acordado y así poder aprender de usted y su profundo e interesantísimo trabajo.
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